Elena Larrea se destacó como una activista dedicada al amor y la pasión por los equinos. Como fundadora del santuario “Cuacolandia”, se aferró a la convicción de que estos magníficos animales merecían una vida digna. Su dedicación fue fundamental en la transformación de cientos de vidas equinas que, utilizadas para trabajos de carga, muchas veces carecían de cuidados adecuados por parte de sus dueños, quienes subestimaban su valía y necesidades, creyendo erróneamente que su resistencia física los eximía del amor, la ternura, la alimentación y el trato digno que merecían.
Elena estaba allí para brindarles lo que nadie más pudo ofrecerles: amor, protección, cuidados y una vida digna donde cada uno de estos equinos pudo recobrar lo que les habían arrebatado: su libertad.
El trabajo de Cuacolandia y el nombre de Elena Larrea cobraron reconocimiento a nivel nacional no hace mucho tiempo, principalmente debido a la necesidad de generar contenido para adultos con el fin de recaudar fondos para mantener el santuario y cuidar de los equinos. Si bien esta circunstancia les otorgó notoriedad, es crucial reconocer que su fama se tradujo en un incremento de la ayuda destinada a más equinos desamparados día a día.
Tristemente, hace dos días, Elena partió hacia un nuevo plano de existencia, donde estamos seguros de que continuará su labor en favor de los seres vivos. Su legado perdurará, y es nuestro deber como sociedad mantenerlo vivo.
Elena personificaba la fuerza, la convicción y el amor, irradiando una luz que no solo no se extinguirá, sino que trascenderá a nuevos horizontes.
En nombre de aquellos que carecen de voz, expresamos nuestro más profundo agradecimiento por todo lo que hizo. Pedimos perdón por no haber reconocido suficientemente su labor mientras estuvo entre nosotros.